Una versión ácida del Himno a la
alegría, con la que cierra Dama (2016), el cuarto álbum de estudio de Titán,
inauguró la ceremonia. Esa noche fue más que la presentación de un disco. El
Plaza homologó a la parroquia que está a contra esquina; pero en ella estábamos
para bailar.
Ya había un aviso explícito de lo
que iba a ser el show en vivo dentro del vídeo de El Rey Del Swing, misma que
recrearon a continuación: Jay, Emilio y Julián ponían de manifiesto que esa
sería una etapa más oscura, pesada, que los diez años para llegar hasta ese
momento, hasta ese sonido, no fueron en vano. Al mismo tiempo la mujer del
vídeo se subió para imitarse a sí misma; como una posesa menos estilizada. Pero
con mucha más energía.
Lo que estaba haciendo era poner
el ejemplo. El trío mostraba lo que tenía que ocurrirles a los presentes,
aunque algunos se resistieran. Y apenas bajó aquella mujer del escenario,
empezó a sonar Apache, que en vivo tiene muchísima más fuerza que en el disco.
El sonido de El Plaza se portó a la altura del titán al que acogía esa noche y
no falló en ningún momento del show. Era como ver caer rayos de forma continua
en frente, al tiempo que en el pecho sentías el estruendo. Como si Jay golpeara
directo en cada uno de los presentes con las baquetas y no a la batería.
En este momento ya había entre el público quien, a su manera, emulaba a la errática bailarina. Se despojaban de las chamarras y no podían ocultar que acudían desde sus trabajos o la escuela: despedían, los cuerpos de algunas mujeres, un dulce aroma a perfume, sudor y el cigarro que se habían fumado antes de entrar.
En este momento ya había entre el público quien, a su manera, emulaba a la errática bailarina. Se despojaban de las chamarras y no podían ocultar que acudían desde sus trabajos o la escuela: despedían, los cuerpos de algunas mujeres, un dulce aroma a perfume, sudor y el cigarro que se habían fumado antes de entrar.
Si bien las letras que contiene
el disco no son protagonistas, los presentes estaban decididos a hacerse
escuchar. Esto sucedió cuando se subió Siobhan Fahey a cantar Hell.A., que
refiere a una ciudad lejos de la nuestra, pero con la misma advertencia para
quienes ponían resistencia al ritmo: cualquiera que sea encontrado sin el alma
lista para bailar deberá enfrentar la ira del infierno.
No había rastro de Sonido Lasser,
Su Majestad Imperial o Brian Amadeus. Esta era una oscurísima trinidad que,
lanzada la amenaza, puso a prueba a sus feligreses, fieles de cualquier recinto
que pisen.
Quienes dudaron de su fe, de si
el grupo conservaba algo de lo que tenían al principio de su trayectoria, se
vieron obligados a hacer un viaje al último año del milenio pasado y sonó
P.E.C, seguida de Odisea 2001, del disco siguiente, en donde no solo
recuperaron la fe, sino que además constataron que no era la nostalgia lo que
los había convocado. Frente a ellos revivieron las canciones -clásicas, si
ustedes gustan- con nuevos bríos. Y el silbido de Space Chemo probó ser
atemporal.
Julián y Jay tomaron las
guitarras y demostraron que no iban a dominar la noche los teclados y los sintetizadores;
que aún conservan la chispa de hace más de una década. Tocaron, con las ganas
de quien espera una década para volver a encontrarse arriba; tocaron como si en
ello se les fuese la vida. Se mostraron contentos, se lanzaron sonrisas
cómplices y siguieron adelante.
Después regresamos al presente,
momentáneamente, cuando se adueñó del micrófono Egyptian Lover y retomó el tono
angelino con She Likes De Music. Y volvimos a Elevator (1999) con King Kong y
1, 2, 3, 4. Aquí se subió Cassandra Church para bailar, de forma mucho más
estilizada, al tiempo que las luces la seguían e imitaban los colores de su
cabello.
Y ahí se quedó un rato más para
cantar Arahant, que bajó el ritmo y aumentó la densidad en el ambiente. Para
este momento, de una de las dos baterías, se había adueñado a quien más tarde
presentarían como Dama Fina, que portaba una máscara tétrica e inexpresiva, y
de vez en vez volteaba al público como buscando a alguien en específico.
En la recta final del show,
decididos a tocar en su totalidad el nuevo álbum, soltaron Sangre que pintaba
paisajes apocalípticos dignos de la Biblia al tiempo que las luces acusadoras
buscaban culpables. A pesar de no estar en el recinto, El Columpio Asesino y
Gary Numan se hicieron presentes con Dama Negra y Dark Rain. La banda pamplonica
arremetió contra un Daniel que buscaba una última gran erección; mientras que
el inglés ícono del synthpop, apareció proyectado en la pantalla.
Las últimas canciones en sonar
fueron Dama Fina, que hizo que el público cantara las imágenes de pesadilla y
odio. Pero con Soldado nos hicieron ver que los tres se entienden perfectamente
sin palabras, bastan unos teclados, bajo y unas cajas de ritmo para entablar
una relación encima de un escenario cuando éste se conoce a la perfección. Un
diálogo del que no pudimos participar sino hasta el final del mismo, pero solo
para aplaudir.
Para cerrar no podían haber
elegido otra que Corazón con la que nos dimos cuenta que es posible terminar
con la garganta intacta y el cuerpo agotado, renovado.
Y aquí tienen un testigo de que
#TitánNuncaSeFue. Pueden bailar en paz.
Para Joyride
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