lunes, 5 de diciembre de 2016

Misa negra y luces de colores: Titán en El Plaza


Una versión ácida del Himno a la alegría, con la que cierra Dama (2016), el cuarto álbum de estudio de Titán, inauguró la ceremonia. Esa noche fue más que la presentación de un disco. El Plaza homologó a la parroquia que está a contra esquina; pero en ella estábamos para bailar.

Ya había un aviso explícito de lo que iba a ser el show en vivo dentro del vídeo de El Rey Del Swing, misma que recrearon a continuación: Jay, Emilio y Julián ponían de manifiesto que esa sería una etapa más oscura, pesada, que los diez años para llegar hasta ese momento, hasta ese sonido, no fueron en vano. Al mismo tiempo la mujer del vídeo se subió para imitarse a sí misma; como una posesa menos estilizada. Pero con mucha más energía.

Lo que estaba haciendo era poner el ejemplo. El trío mostraba lo que tenía que ocurrirles a los presentes, aunque algunos se resistieran. Y apenas bajó aquella mujer del escenario, empezó a sonar Apache, que en vivo tiene muchísima más fuerza que en el disco. El sonido de El Plaza se portó a la altura del titán al que acogía esa noche y no falló en ningún momento del show. Era como ver caer rayos de forma continua en frente, al tiempo que en el pecho sentías el estruendo. Como si Jay golpeara directo en cada uno de los presentes con las baquetas y no a la batería.

En este momento ya había entre el público quien, a su manera, emulaba a la errática bailarina. Se despojaban de las chamarras y no podían ocultar que acudían desde sus trabajos o la escuela: despedían, los cuerpos de algunas mujeres, un dulce aroma a perfume, sudor y el cigarro que se habían fumado antes de entrar.

Si bien las letras que contiene el disco no son protagonistas, los presentes estaban decididos a hacerse escuchar. Esto sucedió cuando se subió Siobhan Fahey a cantar Hell.A., que refiere a una ciudad lejos de la nuestra, pero con la misma advertencia para quienes ponían resistencia al ritmo: cualquiera que sea encontrado sin el alma lista para bailar deberá enfrentar la ira del infierno.

No había rastro de Sonido Lasser, Su Majestad Imperial o Brian Amadeus. Esta era una oscurísima trinidad que, lanzada la amenaza, puso a prueba a sus feligreses, fieles de cualquier recinto que pisen.

Quienes dudaron de su fe, de si el grupo conservaba algo de lo que tenían al principio de su trayectoria, se vieron obligados a hacer un viaje al último año del milenio pasado y sonó P.E.C, seguida de Odisea 2001, del disco siguiente, en donde no solo recuperaron la fe, sino que además constataron que no era la nostalgia lo que los había convocado. Frente a ellos revivieron las canciones -clásicas, si ustedes gustan- con nuevos bríos. Y el silbido de Space Chemo probó ser atemporal.

Julián y Jay tomaron las guitarras y demostraron que no iban a dominar la noche los teclados y los sintetizadores; que aún conservan la chispa de hace más de una década. Tocaron, con las ganas de quien espera una década para volver a encontrarse arriba; tocaron como si en ello se les fuese la vida. Se mostraron contentos, se lanzaron sonrisas cómplices y siguieron adelante.

Después regresamos al presente, momentáneamente, cuando se adueñó del micrófono Egyptian Lover y retomó el tono angelino con She Likes De Music. Y volvimos a Elevator (1999) con King Kong y 1, 2, 3, 4. Aquí se subió Cassandra Church para bailar, de forma mucho más estilizada, al tiempo que las luces la seguían e imitaban los colores de su cabello.

Y ahí se quedó un rato más para cantar Arahant, que bajó el ritmo y aumentó la densidad en el ambiente. Para este momento, de una de las dos baterías, se había adueñado a quien más tarde presentarían como Dama Fina, que portaba una máscara tétrica e inexpresiva, y de vez en vez volteaba al público como buscando a alguien en específico.

En la recta final del show, decididos a tocar en su totalidad el nuevo álbum, soltaron Sangre que pintaba paisajes apocalípticos dignos de la Biblia al tiempo que las luces acusadoras buscaban culpables. A pesar de no estar en el recinto, El Columpio Asesino y Gary Numan se hicieron presentes con Dama Negra y Dark Rain. La banda pamplonica arremetió contra un Daniel que buscaba una última gran erección; mientras que el inglés ícono del synthpop, apareció proyectado en la pantalla.

Las últimas canciones en sonar fueron Dama Fina, que hizo que el público cantara las imágenes de pesadilla y odio. Pero con Soldado nos hicieron ver que los tres se entienden perfectamente sin palabras, bastan unos teclados, bajo y unas cajas de ritmo para entablar una relación encima de un escenario cuando éste se conoce a la perfección. Un diálogo del que no pudimos participar sino hasta el final del mismo, pero solo para aplaudir.

Para cerrar no podían haber elegido otra que Corazón con la que nos dimos cuenta que es posible terminar con la garganta intacta y el cuerpo agotado, renovado.

Y aquí tienen un testigo de que #TitánNuncaSeFue. Pueden bailar en paz.

Para Joyride

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