Los primeros camiones rumbo a Las Estacas partieron del
Autocinema Coyote alrededor de las cinco de la tarde repletos de gente que se
había escapado del trabajo y la escuela, no sin antes haberse abastecido de
botana y cervezas, sólo para resistir el trayecto. Se encontraban con su grupo
de amigos y hacían un recuento de lo que llevaban y de lo que hacía falta:
sobraba la actitud ganadora. Luego de un par de horas de camino, Morelos les
recibió con un cielo estrellado, ambiente cálido y un aroma a ahumado, propios
del estado.
En las extensas revisiones se les decomisó lo que había
restado de los snacks y todo aquello que no pudieron esconder con éxito. Aunque
una vez adentro se presumían las formas en que habían metido botellas de
alcohol y bolsas repletas de drogas. Mientras que a un costado ya podían
escuchar un tentempié musical. Bienvenidos a la quinta edición del Carnaval de
Bahidorá.
Con prisa, instalaron sus casas de campaña en los amplísimos
espacios de camping, se abrigaron un poco y fueron directo la prefiesta en El
Umbral: una gran fogata, un par de stands de cervezas, otro de cócteles y un
pequeño escenario donde se turnaron Rubinskee, Oceanvs Orientalis, Rampue y
Mira hasta casi las cinco de la mañana.
Los troncos de los árboles estaban iluminados de brillantes colores y les cubría una gran cantidad de mariposas de papel fosforescente. Los valientes se dejaron llevar por la situación y se despojaron de los zapatos y del recato para lucir sus mejores pasos.
Los troncos de los árboles estaban iluminados de brillantes colores y les cubría una gran cantidad de mariposas de papel fosforescente. Los valientes se dejaron llevar por la situación y se despojaron de los zapatos y del recato para lucir sus mejores pasos.
Un dude se adelantó a todos, se puso el traje de baño y se
quitó la camisa, abrió un círculo entre la gente decidido a hacer suyo el
lugar, pero a escena entró una chica de abundante cabellera china enfundada en
una sudadera negra. Con estilizada fuerza acaparó las miradas entre
contorsiones de bailarina profesional y splits repentinos. Él, se alejó
discreto con una sonrisa apenada conservando a actitud y ella recibió aplausos
de propios y extraños.
Esa fue la definición de algo tranqui: todos bebieron y
bailaron como si no hubiese treinta horas más de fiesta por delante. Algunos
llegaron previo al alba y se dejaron contagiar por el ambiente, así que
aventaban sus cosas para apartar un lugar y corrían a bailar para agarrar
calor.
La mañana siguiente apareció en un suspiro, la noche duró un
pestañeo. El cielo lució momentáneamente nublado y el pasto brillaba cubierto
de humedad porque la naturaleza tiene su propio ritmo y este no para por más
jóvenes que haya alrededor. Quienes se levantaron temprano pudieron pasar
rápido al baño, darse un regaderazo y desayunar sin tanta prisa ni gente de por
medio. Un par de horas después, y antes de que empezaran oficialmente las
actividades del festival, aquello se convirtió momentáneamente en el
filahidorá, puesto que para hacer lo mismo que los madrugadores tuvieron que
esperar al menos una hora.
A los lugares para comer se dirigían casi arrastrándose en
busca de café, jugo, chilaquiles y fruta. Se veían confundidos y despedían,
algunos, un olor a vómito agrío que contrastaba con los recién llegados que ya
brillaban por la capa de bloqueador solar que les cubría.
A las diez treinta de la mañana se inauguraron las
actividades y todos pasaron a reconocer el lugar: las albercas lucían frescas y
el río se veía de un azul irreal, como si se hubiese vestido de gala para
recibir a las visitas. Corrían en busca de cerveza para curarse la cruda y
conectar la fiesta, lo que no les presentó ningún trabajo. Sin embargo, otros
iban en un plan menos acelerado y tomaron una sesión de yoga o se hicieron una
limpia con copal. En un escenario, hubo clases de salsa estilo Tepito en donde
las parejas aprendieron más de un truco que los artistas del line up no les
permitirían mostrar.
El plato fuerte, por supuesto, era el gran Escenario Central
donde Wet Baes tuvo la gran responsabilidad de cortar el listón inaugural. Para
su fortuna, la gente no le dejó la tarea para él solo y ya había quienes veían
qué tan alto podían saltar o tendían sus toallas para acentuar el bronceado.
En el Asoleadero Corona, escenario a orillas del río, Ali
Gua Gua se adueñó de los platos y animó a los presentes a que se lanzaran a
nadar. Los más valientes probaron suerte con los clavados y hubo desde los que
hacían notar sus horas de práctica hasta los que fallaron miserablemente
cayendo de panza.
Seguía llegando gente, pero sólo podían escuchar,
desesperados, por los procesos de revisión que estaban tardando hasta dos
horas, lo que les impidió ver a Jubilee en el Dance Floor Doritos. Y es que
había quien no hizo caso del reglamento que impedía los recipientes de vidrio,
así que les pareció buena idea llevar perfumes caros que, por supuesto, se
vieron obligados a tirar.
Para las cuatro de la tarde, con energías renovadas a causa
del yoga y luego de retomar fuerzas con mucha comida dispusieron de un lugar
frente al Escenario Central del que Systema Solar tomó el control con un
discurso de unión, hermandad y mucho baile como si dictaran la pauta para las
horas que estaban por venir.
Si se ponía suficiente atención se podía escuchar la gran
cantidad de cervezas que eran destapadas a la vez. Con premura, rolaban los
cigarros de tabaco y marihuana porque así se preparaba la gente para el acto
que estaba por llegar: Mad Professor, que empezó con un set lleno de mixes,
mismos que detenía momentáneamente para expresar su amor por México y por su
gente.
Al tiempo de las clases de yoga, se realizaron algunos
talleres artísticos, por lo que había personas que lucían máscaras o cargaban
tótems con los que personificaban su fuerza interior, misma que usaron para
bailar. Muchos decidieron instalarse a las orillas del río frente al Asoleadero
y no moverse de ahí el resto del día. Así que pudieron disfrutar del combo
Black Motion y Princess Nokia, mientras lucían en sus cuerpos las horas
invertidas en el gimnasio o en los tacos.
Una de las más esperadas fue Kali Uchis en el Escenario
Central, sin embargo, aún nos preguntamos si aquello fue real: su banda se
apersonó y luego de unos segundos apareció la artista colombiana, que se adueñó
de la escena con la cadencia de sus suaves movimientos corporales y un traje
que semejaba al encaje. Pero tras seis canciones, terminó. Tocó dos covers y
cuatro de sus éxitos. Al terminar el festival, la sentencia era la misma: se
veía divina, pero se la mamó con sus veinte minutos de show.
Poco sabemos, a partir de este momento, de lo que sucedía en
otros espacios del centro vacacional porque todos asimos un lugar en la víspera
de Mac Miller. Previo a él, Mayer Hawthorne se aprovechó de las ganas de bailar
con las que la colombiana había dejado a los presentes, así que se lució con un set
lleno de funk y R&B.
Pero el ambiente volvió a decaer con el turno de RJD2.
Arrancó con un par de sonidos fuera de lugar, fallas en dos tornamesas y unos
cambios de tracks poco orgánicos, y hasta forzados. Tras unos veinticinco
minutos logró levantar, pero ya no pudo conectar con el público, que se
impacientó más sabiendo que el siguiente en la lista era el rapero oriundo de
Pittsburgh.
En el cambio de equipos, nos dimos cuenta de que no veríamos
a Mac Miller con grupo completo, sino con su DJ, lo que generó algunos gestos
de decepción. Pero los semblantes se olvidaron de ese detalle en cuanto empezó
a sonar Cinderella y todos se identificaron con la primera línea de la canción:
“I been waitin’ all night for this moment”.
Con sus inconexas coreografías y constantes peticiones al
público de agitar la mano de arriba a abajo al caer el beat, hizo que todos
olvidaran el acto anterior. A unos metros del escenario estaba Tino El Pingüino
quien sonreía feliz, como viendo a un amigo tener éxito.
Miller no puede estar más familiarizado con sus bases: hacía
movimientos con la mano como si de ello dependiera el que sonaran, no se le fue
ninguno; a cada ademán que hacía le imprimía genuina fuerza. El calor del
momento le obligó a desabrigarse, pero sin llegar a sudar. Repasó todo el
escenario para ver a todos y que todos lo vieran, luego se dio tiempo para
organizar una multitudinaria mentada de madre para el presidente de los Estados
Unidos.
Pegado a la barandilla de contención estaba un chico
haciendo gala de que se sabía todas y cada una de las rimas del rapero. Las
cantaba y hacia movimientos propios con la mano, sin copiarle a Mac, como si lo
hubiese ensayado desde hacía unos meses; se le estaba yendo la vida en cada
línea y, al terminar el show, el jefe de seguridad le recompensaría con una
copia del setlist y su novia le repetía con ahínco lo orgullosa que estaba de
él mientras lo abrazaba.
Cuando se acabó, creíamos que iba a disminuir la cantidad de
gente frente al escenario; pero se movieron unos y llegaron otros y justo hasta
adelante se miraban con extrañeza porque creían que eran los únicos que iban a
ver a FKJ. Así que cuando se reconocieron fans del parisino, se estrechaban las
manos y se invitaban un trago de cerveza
French Kiwi Juice logró convocar también a un buen público
que sacó fuerzas quién sabe de dónde y se puso bailar. El músico de rastas
había provocado en su público la reacción contraria a la decepción cuando
vieron que Mac no traía full band: él llevaba consigo guitarra, bajo, saxofón,
teclados y cajas de ritmo para responderles con un par de canciones que vendrán
en su próximo disco de estudio y una improvisación final.
Audion y Gramatik cerraron en el escenario principal con
mucho dubstep mientras que en el Doritos Dance Floor parecía que todo acababa
de empezar pues ese era el lugar que sobrio no podías encontrar y sobrio, de
ahí, no podías salir. Daba la imagen de que no todos habrían de recordar lo que
ahí pasó, quién tocó o a quién tocaron.
En un último paseo, pudimos observar que no todos tenían
boleto de camping, pero eso no les iba a impedir cerrar los ojos un par de
horas, por lo que se las ingeniaron para hacerse de un lugar para dormir al
aire libre o desmayarse cuando menos cerca de la fogata.
De nuevo, a las siete de la mañana, la gente se levantó para
asearse y tomar el desayuno para un último día. En el camino a los baños
sucedían encuentros y la plática era siempre similar: te perdiste en tal
momento. Entrecerraban los ojos para enfocar las horas vividas y poder recordar
algo de lo que hicieron, pero pocas veces se veía algún caso de éxito.
El domingo ya no había grandes artistas a los cuales ver,
por lo que todos se pusieron sus trajes de baño y enfilaron hacia el
Asoleadero. Algunos amanecieron ahí, aunque no era su intención; los despertó
Trillones, y apenas se podían mover, por lo que se entregaron al placer
contemplativo. Para las diez de la mañana, aquel espacio ya lucía pletórico;
como un balneario en Semana Santa, pero con gente guapa y borracha. El ambiente
olía fresco, con mucho bloqueador de coco y piña, era como estar dentro de una
canción de Caloncho.
La alberca se convirtió en una especie de depositario de
remordimientos y vagos recuerdos que entre todos los amigos del grupo
intentaban rearmar. Se hacían las últimas amistades y nadie dejó de beber hasta
el momento final. El Sol no dejó de dorar las pieles y era inclemente con las
cervezas que los más confiados habían dejado a su cuidado. Para cuando querían
beber un trago más, el vaso contenía poco menos que té.
No es que haya habido saldo blanco en el carnaval, muchos se
desmayaron a causa del alcohol, las drogas o ambas; se perdieron varios objetos
de valor, pero en realidad no hay nada que lamentar… salvo que, por supuesto,
alguien haya perdido la conciencia a la hora que tocaba su artista favorito. Lo
cual seguro que pasó.
Esta edición del Carnaval de Bahidorá fue una constante
repetición de la frase: “no mames, güey, me voy a morir”, dada la intensidad
con la que algunos pasaron los tres días, como si nada les asegurara que aquí
van a estar para la próxima edición. Pero las caras que la pronunciaban no
reflejaban miedo. Si podían morir en ese momento, tenía que ser de felicidad.
Para Joyride
Fotos: Luis Avilés
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