miércoles, 22 de febrero de 2017

Del ensueño al calor de la música: el Carnaval de Bahidorá


Los primeros camiones rumbo a Las Estacas partieron del Autocinema Coyote alrededor de las cinco de la tarde repletos de gente que se había escapado del trabajo y la escuela, no sin antes haberse abastecido de botana y cervezas, sólo para resistir el trayecto. Se encontraban con su grupo de amigos y hacían un recuento de lo que llevaban y de lo que hacía falta: sobraba la actitud ganadora. Luego de un par de horas de camino, Morelos les recibió con un cielo estrellado, ambiente cálido y un aroma a ahumado, propios del estado.

En las extensas revisiones se les decomisó lo que había restado de los snacks y todo aquello que no pudieron esconder con éxito. Aunque una vez adentro se presumían las formas en que habían metido botellas de alcohol y bolsas repletas de drogas. Mientras que a un costado ya podían escuchar un tentempié musical. Bienvenidos a la quinta edición del Carnaval de Bahidorá.

Con prisa, instalaron sus casas de campaña en los amplísimos espacios de camping, se abrigaron un poco y fueron directo la prefiesta en El Umbral: una gran fogata, un par de stands de cervezas, otro de cócteles y un pequeño escenario donde se turnaron Rubinskee, Oceanvs Orientalis, Rampue y Mira hasta casi las cinco de la mañana.

Los troncos de los árboles estaban iluminados de brillantes colores y les cubría una gran cantidad de mariposas de papel fosforescente. Los valientes se dejaron llevar por la situación y se despojaron de los zapatos y del recato para lucir sus mejores pasos.

Un dude se adelantó a todos, se puso el traje de baño y se quitó la camisa, abrió un círculo entre la gente decidido a hacer suyo el lugar, pero a escena entró una chica de abundante cabellera china enfundada en una sudadera negra. Con estilizada fuerza acaparó las miradas entre contorsiones de bailarina profesional y splits repentinos. Él, se alejó discreto con una sonrisa apenada conservando a actitud y ella recibió aplausos de propios y extraños.

Esa fue la definición de algo tranqui: todos bebieron y bailaron como si no hubiese treinta horas más de fiesta por delante. Algunos llegaron previo al alba y se dejaron contagiar por el ambiente, así que aventaban sus cosas para apartar un lugar y corrían a bailar para agarrar calor.

La mañana siguiente apareció en un suspiro, la noche duró un pestañeo. El cielo lució momentáneamente nublado y el pasto brillaba cubierto de humedad porque la naturaleza tiene su propio ritmo y este no para por más jóvenes que haya alrededor. Quienes se levantaron temprano pudieron pasar rápido al baño, darse un regaderazo y desayunar sin tanta prisa ni gente de por medio. Un par de horas después, y antes de que empezaran oficialmente las actividades del festival, aquello se convirtió momentáneamente en el filahidorá, puesto que para hacer lo mismo que los madrugadores tuvieron que esperar al menos una hora.

A los lugares para comer se dirigían casi arrastrándose en busca de café, jugo, chilaquiles y fruta. Se veían confundidos y despedían, algunos, un olor a vómito agrío que contrastaba con los recién llegados que ya brillaban por la capa de bloqueador solar que les cubría.

A las diez treinta de la mañana se inauguraron las actividades y todos pasaron a reconocer el lugar: las albercas lucían frescas y el río se veía de un azul irreal, como si se hubiese vestido de gala para recibir a las visitas. Corrían en busca de cerveza para curarse la cruda y conectar la fiesta, lo que no les presentó ningún trabajo. Sin embargo, otros iban en un plan menos acelerado y tomaron una sesión de yoga o se hicieron una limpia con copal. En un escenario, hubo clases de salsa estilo Tepito en donde las parejas aprendieron más de un truco que los artistas del line up no les permitirían mostrar.

El plato fuerte, por supuesto, era el gran Escenario Central donde Wet Baes tuvo la gran responsabilidad de cortar el listón inaugural. Para su fortuna, la gente no le dejó la tarea para él solo y ya había quienes veían qué tan alto podían saltar o tendían sus toallas para acentuar el bronceado.

En el Asoleadero Corona, escenario a orillas del río, Ali Gua Gua se adueñó de los platos y animó a los presentes a que se lanzaran a nadar. Los más valientes probaron suerte con los clavados y hubo desde los que hacían notar sus horas de práctica hasta los que fallaron miserablemente cayendo de panza.


Seguía llegando gente, pero sólo podían escuchar, desesperados, por los procesos de revisión que estaban tardando hasta dos horas, lo que les impidió ver a Jubilee en el Dance Floor Doritos. Y es que había quien no hizo caso del reglamento que impedía los recipientes de vidrio, así que les pareció buena idea llevar perfumes caros que, por supuesto, se vieron obligados a tirar.

Para las cuatro de la tarde, con energías renovadas a causa del yoga y luego de retomar fuerzas con mucha comida dispusieron de un lugar frente al Escenario Central del que Systema Solar tomó el control con un discurso de unión, hermandad y mucho baile como si dictaran la pauta para las horas que estaban por venir.

Si se ponía suficiente atención se podía escuchar la gran cantidad de cervezas que eran destapadas a la vez. Con premura, rolaban los cigarros de tabaco y marihuana porque así se preparaba la gente para el acto que estaba por llegar: Mad Professor, que empezó con un set lleno de mixes, mismos que detenía momentáneamente para expresar su amor por México y por su gente.

Al tiempo de las clases de yoga, se realizaron algunos talleres artísticos, por lo que había personas que lucían máscaras o cargaban tótems con los que personificaban su fuerza interior, misma que usaron para bailar. Muchos decidieron instalarse a las orillas del río frente al Asoleadero y no moverse de ahí el resto del día. Así que pudieron disfrutar del combo Black Motion y Princess Nokia, mientras lucían en sus cuerpos las horas invertidas en el gimnasio o en los tacos.

Una de las más esperadas fue Kali Uchis en el Escenario Central, sin embargo, aún nos preguntamos si aquello fue real: su banda se apersonó y luego de unos segundos apareció la artista colombiana, que se adueñó de la escena con la cadencia de sus suaves movimientos corporales y un traje que semejaba al encaje. Pero tras seis canciones, terminó. Tocó dos covers y cuatro de sus éxitos. Al terminar el festival, la sentencia era la misma: se veía divina, pero se la mamó con sus veinte minutos de show.

Poco sabemos, a partir de este momento, de lo que sucedía en otros espacios del centro vacacional porque todos asimos un lugar en la víspera de Mac Miller. Previo a él, Mayer Hawthorne se aprovechó de las ganas de bailar con las que la colombiana había dejado a los presentes, así que se lució con un set lleno de funk y R&B.

Pero el ambiente volvió a decaer con el turno de RJD2. Arrancó con un par de sonidos fuera de lugar, fallas en dos tornamesas y unos cambios de tracks poco orgánicos, y hasta forzados. Tras unos veinticinco minutos logró levantar, pero ya no pudo conectar con el público, que se impacientó más sabiendo que el siguiente en la lista era el rapero oriundo de Pittsburgh.


En el cambio de equipos, nos dimos cuenta de que no veríamos a Mac Miller con grupo completo, sino con su DJ, lo que generó algunos gestos de decepción. Pero los semblantes se olvidaron de ese detalle en cuanto empezó a sonar Cinderella y todos se identificaron con la primera línea de la canción: “I been waitin’ all night for this moment”.

Con sus inconexas coreografías y constantes peticiones al público de agitar la mano de arriba a abajo al caer el beat, hizo que todos olvidaran el acto anterior. A unos metros del escenario estaba Tino El Pingüino quien sonreía feliz, como viendo a un amigo tener éxito.

Miller no puede estar más familiarizado con sus bases: hacía movimientos con la mano como si de ello dependiera el que sonaran, no se le fue ninguno; a cada ademán que hacía le imprimía genuina fuerza. El calor del momento le obligó a desabrigarse, pero sin llegar a sudar. Repasó todo el escenario para ver a todos y que todos lo vieran, luego se dio tiempo para organizar una multitudinaria mentada de madre para el presidente de los Estados Unidos.

Pegado a la barandilla de contención estaba un chico haciendo gala de que se sabía todas y cada una de las rimas del rapero. Las cantaba y hacia movimientos propios con la mano, sin copiarle a Mac, como si lo hubiese ensayado desde hacía unos meses; se le estaba yendo la vida en cada línea y, al terminar el show, el jefe de seguridad le recompensaría con una copia del setlist y su novia le repetía con ahínco lo orgullosa que estaba de él mientras lo abrazaba.

Cuando se acabó, creíamos que iba a disminuir la cantidad de gente frente al escenario; pero se movieron unos y llegaron otros y justo hasta adelante se miraban con extrañeza porque creían que eran los únicos que iban a ver a FKJ. Así que cuando se reconocieron fans del parisino, se estrechaban las manos y se invitaban un trago de cerveza

French Kiwi Juice logró convocar también a un buen público que sacó fuerzas quién sabe de dónde y se puso bailar. El músico de rastas había provocado en su público la reacción contraria a la decepción cuando vieron que Mac no traía full band: él llevaba consigo guitarra, bajo, saxofón, teclados y cajas de ritmo para responderles con un par de canciones que vendrán en su próximo disco de estudio y una improvisación final.

Audion y Gramatik cerraron en el escenario principal con mucho dubstep mientras que en el Doritos Dance Floor parecía que todo acababa de empezar pues ese era el lugar que sobrio no podías encontrar y sobrio, de ahí, no podías salir. Daba la imagen de que no todos habrían de recordar lo que ahí pasó, quién tocó o a quién tocaron.

En un último paseo, pudimos observar que no todos tenían boleto de camping, pero eso no les iba a impedir cerrar los ojos un par de horas, por lo que se las ingeniaron para hacerse de un lugar para dormir al aire libre o desmayarse cuando menos cerca de la fogata.

De nuevo, a las siete de la mañana, la gente se levantó para asearse y tomar el desayuno para un último día. En el camino a los baños sucedían encuentros y la plática era siempre similar: te perdiste en tal momento. Entrecerraban los ojos para enfocar las horas vividas y poder recordar algo de lo que hicieron, pero pocas veces se veía algún caso de éxito.

El domingo ya no había grandes artistas a los cuales ver, por lo que todos se pusieron sus trajes de baño y enfilaron hacia el Asoleadero. Algunos amanecieron ahí, aunque no era su intención; los despertó Trillones, y apenas se podían mover, por lo que se entregaron al placer contemplativo. Para las diez de la mañana, aquel espacio ya lucía pletórico; como un balneario en Semana Santa, pero con gente guapa y borracha. El ambiente olía fresco, con mucho bloqueador de coco y piña, era como estar dentro de una canción de Caloncho.

La alberca se convirtió en una especie de depositario de remordimientos y vagos recuerdos que entre todos los amigos del grupo intentaban rearmar. Se hacían las últimas amistades y nadie dejó de beber hasta el momento final. El Sol no dejó de dorar las pieles y era inclemente con las cervezas que los más confiados habían dejado a su cuidado. Para cuando querían beber un trago más, el vaso contenía poco menos que té.

No es que haya habido saldo blanco en el carnaval, muchos se desmayaron a causa del alcohol, las drogas o ambas; se perdieron varios objetos de valor, pero en realidad no hay nada que lamentar… salvo que, por supuesto, alguien haya perdido la conciencia a la hora que tocaba su artista favorito. Lo cual seguro que pasó.

Esta edición del Carnaval de Bahidorá fue una constante repetición de la frase: “no mames, güey, me voy a morir”, dada la intensidad con la que algunos pasaron los tres días, como si nada les asegurara que aquí van a estar para la próxima edición. Pero las caras que la pronunciaban no reflejaban miedo. Si podían morir en ese momento, tenía que ser de felicidad.

Para Joyride
Fotos: Luis Avilés

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